La lluvia es esa maravillosa bendición del cielo que a los humanos nos hace suspirar con resignación mientras buscamos el paraguas perdido desde 2013. Pero para los perros, ah… para ellos, la lluvia es otra cosa. Es una invitación, un llamado de la naturaleza, un festival de charcos, lodo y patas sucias.

El meteorólogo perruno
Mientras tú miras por la ventana y piensas “uff, qué día más gris”, tu perro lo observa con otros ojos (bueno, los mismos ojos, pero con otra intención). Tú ves una tormenta. Él ve un parque acuático natural. ¿Truenos? ¿Relámpagos? ¡Bah! ¡Lo importante es que se activó la temporada oficial de chapoteo!
Charcos: el spa de bajo costo perruno
Un charco para ti es un obstáculo. Para tu perro es un jacuzzi gratuito con aroma a tierra mojada. Es como si cada charco fuera evaluado con una puntuación secreta:
Charco n°1: Poco barro, 6/10.
Charco n°2: Buena profundidad, barro espeso, ideal para zambullida de patas. 10/10.
Charco n°3: Justo en el medio del paso peatonal. Extra puntos por incomodar a los humanos. 11/10.
Tu perro no quiere simplemente mojarse las patas. ¡Quiere vivir la experiencia completa! Pies, panza, cola, orejas. Si al terminar no parece una croqueta empanada de tierra, es que no lo ha hecho bien.

Los rituales del barro
Una vez identificado el charco ideal, el ritual es siempre el mismo:
1. Saltito feliz.
2. Salpicón.
3. Paseito de exhibición con patas embarradas por la acera blanca.
4. Mirada cómplice al humano: “¿Ves qué feliz soy?”.
5. Sacudida kamikaze justo al lado de tu abrigo nuevo.
El ataque pos-charco
¿Volver a casa? Sí, claro. Pero no sin antes traerse un poco de la naturaleza pegada a todas las partes posibles del cuerpo. Tu perro entra a casa y parece que ha pasado por una guerra en la jungla. Hay barro en sitios anatómicamente imposibles. ¿Cómo llegó tierra a la parte interior de las orejas? ¿Y esa rama pegada al lomo? Misterios que ni la ciencia puede explicar.
Y cuando tú dices: “¡No te subas al sofá!”, él lo interpreta como: “¡Haz una voltereta de barro justo en mi cojín favorito!”
El baño: esa traición inevitable
Nada borra más rápido la sonrisa de un perro post-charco que el sonido de la ducha encendiéndose. “¿Qué? ¿Cómo que no me vas a dejar conservar este look de lobo salvaje del pantano?” La persecución comienza. Tú con la toalla. Él con cara de víctima de injusticia. Y, finalmente, tras una escena digna de telenovela, lo convences de meterse en la bañera.
Eso sí: el barro sale. El trauma, nunca.

Así que la próxima vez que llueva y tu perro mire por la ventana con esos ojitos brillantes de ilusión, ya sabes lo que viene. La guerra del barro está por comenzar. Puedes resistirte. Puedes intentar evitarlo. Pero tarde o temprano, acabarás con una casa salpicada, un perro feliz y una pregunta en la mente:
“¿Por qué no puedo ser tan feliz con algo tan simple como un charco?”